Para este momento, miles de tamaulipecos como de
victorenses, ya no están en su casa: andan de vacaciones; unos, los más
afortunados, ya recorren lugares y ciudades mas allá de nuestra frontera;
otros, ya presumen sus selfies en alguna playa mexicana, en tanto que, unos más,
abarrotan ya los lugares de recreo y esparcimiento en la entidad, como las
playas o zonas de ríos, bosques y muchos árboles.
En lo particular, mi primer día de vacaciones, lo
aproveche para ir una vez más a El Tigre: lugar emblemático de la zona de Santa
Engracia. Los habitantes de El Roble, El Alamito, El Olmo, entre otros, de
manera normal dicen “vamos a la cortina”; porque ahí está la cortina que sirve
para distribuir agua para el cultivo. Fue fabuloso ver, si, ver, constatar,
como las familias vuelven a ese lugar: adultos, hombres y mujeres, y sobre todo
niños, hacen que El Tigre sea una vez más un centro de reunión familiar.
Hace muchos años aprendí que la vida se compone de etapas
y procesos; a la etapa del trabajo, sigue una, la de descanso, de ahí la
naturaleza de las vacaciones: son tan necesarias como el trabajo, son su
complemento. Sin embargo, de forma reiterada, para algunas familias las vacaciones
se convierten en dolor, al ser participes de eventos que lastiman la integridad
personal o, incluso, provocan su perdida.
De ahí la serie de recomendaciones que se hacen al
momento de iniciar unas vacaciones: si el viaje será por carretera, en coche
propio, no hace daño recordar: a) revisión del vehículo, para que todo este en
perfectas condiciones; y, sobre todo, b) Conducir en perfecto estado de salud y
mental. Bien lo dice el Obispo capitalino: no deben conducir si han ingerido
alcohol. Y claro, respectar las señales del tráfico vial y no excederse en la
velocidad.
La vida puede definirse de muchas formas, según sean los
conceptos mentales que se posean. Por ejemplo, José Alfredo Jiménez cantaba: No vale nada la vida/la vida no vale
nada/comienza siempre llorando /y
así llorando se acaba / por eso es que en este mundo /la vida no vale nada. No estoy de acuerdo con José Alfredo: la vida
vale, por eso, le tenemos miedo a la muerte… nos enfermamos y vamos con el
doctor y cuando nos dicen que no hay remedio, nos aferramos a los designios de
Dios.
El raciocinio y la fe nos conducen a preservar nuestra
vida. Sin embargo, día con día, hacemos lo contrario. Tomar y manejar es casi
un deporte nacional; pasarse altos e ir a exceso de velocidad, se ve y se hace
como si fuera un acto normal –al menos en Cd. Victoria-, y los accidentes, a
veces con fatales consecuencias, son parte de una estadística. La vida vale y
se pierde por un descuido.
De pronto, no cuidar la vida, es parte vaya pues de la
vida. No tenemos la cultura de la prevención: y luego, cuando nos diagnostica
una enfermedad degenerativa, no atendemos las indicaciones del médico. De algo
me voy a morir, se piensa y en algunas ocasiones hasta se pregona. Si, de algo
nos vamos a morir, pero, ¿Por qué apresurar tal momento?
Siempre nos encomendamos a Dios, en tanto que el
gobierno también hace su trabajo: vigilar y vigilar carreteras y caminos; poner
puestos de primeros auxilios en los lugares más concurridos y claro, los
prestadores de servicios hacen su tarea con calidad y eficiencia. Luego
entonces, porque nosotros no hacemos lo propio para preservar nuestra vida.
Por experiencia adquirida y propia observo una regla de
la vida: tomamos conciencia del valor de nuestra vida, y empezamos a poner orden
en ella, hasta que el G:.A:.D:.U:. Nos hace una advertencia. Es cuando el
médico nos da prescripciones de alimento, de ejercicio como de medicamento. A
veces, ya es demasiado tarde y en otras estamos a tiempo de corregir y mejorar
nuestro ritmo y sentido de vida.
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