El ser humano en un proceso de interacción social se ve
envuelto en un conjunto de sentimientos o emociones y, en algunos casos,
vinculados a un conjunto más, pero de valores y principios. Para nadie escapa,
por ejemplo, que la ambición es un motor para hacer cosas, unas incluso hasta
incorrectas; pero también, obvio, el egoísmo nos convierte en fieros enemigos
de unos y otros… y, también, hay que agregar temas como la vanidad, la
soberbia, entre otros.
Hay una realidad que no se puede negar: tanto en el
contexto familiar, como en el laboral, en el de la amistad o en el de la política,
siempre hay conflictos entre unos y otros; y por lo regular, lo que más
predomina, es la ambición y el egoísmo. Visto esos procesos de interacción a
nivel de política y gobierno, hay que agregar otros más: el autoritarismo, el
despotismo, la vanidad y la soberbia.
EL QUE ES JEFE, SI SE EQUIVOCA VUELVE A MANDAR.
Es un comportamiento, digamos, que medio mundo conoce:
que en cualquier parte del gobierno, el que es jefe, es jefe y si se equivoca
vuelve a mandar. Por eso, o para eso, es el jefe. Con lo anterior, vaya pues,
es como se trata de identificar un tipo de comportamiento burocrático: que se
da, sin la menor duda, al más alto nivel. Y, en esa coyuntura, el subordinado,
prefiere no hablar, disciplinarse y acatar.
El ejemplo más claro, creo y no tan antiguo, es el de
Manuel Cavazos Lerma: nadie desconoce, o desconocía, sus virtudes y talentos;
el gran problema es que, ante cualquier situación, por el simple hecho de ser
gobernador, consideraba que su palabra era ley y además correcta. Un día, por
ejemplo, a unos ecologistas los tilde de ser “enemigos del desarrollo”, por
oponerse a un desarrollo inmobiliario que dañaría el ecosistema, a la vida
natural.
LA SOBERBIA LLEGO CON EL CAMBIO.
Hasta donde se ve, en medios de comunicación y redes
sociales, el gobernador Francisco Javier García Cabeza de Vaca trata de
contemporizar con la realidad: se toma fotos con niños, juega futbol con ellos,
visita a los burócratas de la torre, entre otras cosas. Pero hay, si, una
realidad que se escucha casi en todas las dependencias gubernamentales: quienes
llegaron con los vientos de cambio, principalmente de Secretarios hasta
Directores, tienen algo en común: la soberbia con la que se conducen.
Soberbia en su trato con los subordinados y que, por otra
parte, no se contrasta con la capacidad, conocimientos y experiencias para
ejercer el cargo. La mayor parte de los nuevos servidores públicos de mandos
medios hacia arriba, entiéndase todos son panistas, pero buena parte son foráneos
y a partir de ahí, ojo, les nace la soberbia: pregonan que vienen a salvar a
Tamaulipas y, la verdad de las cosas, ni siquiera lo conocen… hay áreas en
donde todos son foráneos y despidieron a todos los que sabían.
NO TENGO EL DATO.
Cuando observamos la conducta de un servidor público
siempre recordamos la óptica con que Max Weber los tasaba: un servidor público,
por vocación, debe servir a la población, a los gobernados; sin embargo,
observaba Weber, que no siempre es así: que unos prefieren, en lugar de servir,
servirse… echan por la borda la vocación y, más terrible, si a esa falta de
vocación agregamos que no tienen conocimientos ni experiencia y si, mucha, pero
mucha soberbia.
Bien dicen las Sagradas Escrituras: por sus hechos los conoceréis.
Y, efectivamente, los conocemos: ante la falta de un perfil para el puesto, una
Secretaria que ya se fue, dijo: vengo a curar el sistema. Y, hoy en día, la
gran mayoría de los servidores públicos de primer nivel, cuando están frente a
una grabadora, a una pregunta de un reportero, su respuesta es: “No tengo el
dato”. A la falta de experiencia, de vocación, agregan, que no aprenden.
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