Los diputados locales tienen dos preocupaciones: 1) Una,
verificar que el Presidente de la Comisión Estatal de los Derechos Humanos,
este haciendo bien su trabajo, por eso ya esta ordenado que pronto comparezca
ante ellos José Martín García Martínez; 2) Que en su informe salte un dato que
prende focos rojos, que sean las escuelas el segundo lugar en violaciones a los
derechos humanos. ¿Qué está sucediendo? ¿Cómo explicarlo?
Para la diputada Aida Zulema Flores Peña es una
preocupación, una especie de focos rojos. Dice al respecto: “Me llama la
atención y me preocupa que la Secretaria de Educación esté a tan sólo dos
denuncias de las 192 que acaparo el año pasado la Policía Estatal Acreditable
ante la Comisión de Derechos Humanos del Estado…”. Yo creo que no solo ella
debe estar preocupada, también Diodoró Guerra y, claro, los padres de familia.
La preocupación compartida es por una sencilla razón: los
policías están considerados como un cuerpo represivo, es el brazo ejecutor de
la represión gubernamental y, de mucho tiempo, su actuación ha sido calificada
como violatoria de los derechos humanos; en cambio, el papel de los profesores
es educar, trasmitir conocimientos, afianzar valores, es decir, compartir a las
nuevas generaciones en buenos ciudadanos.
No es paradoja, es una realidad. ¿Qué ha sucedido? Que la
dinámica de la sociedad ha cambiado. Mi generación, como las de antes, fue
educada en un contexto donde los derechos humanos aun no tomaban carta de
naturalización. Los padres mismos, lo recuerdo muy bien, “recomendaban” al
profesor que educara al hijo. Los reglazos, los coscorrones, la expulsión,
entre otros, eran los castigos más socorridos.
Recuerdo que a una maestra, en la primaria, le decían “La
bruja”, por ser estricta. Y claro, yo puedo decir que, para mí, fue una
excelente profesora. Había otra maestra, en la misma primaria, que emulaba a
Fernando Valenzuela: al estar escribiendo en el pizarrón, al escuchar que
alguien conversaba, no lo dudaba: volteaba y con tremenda recta, lanzaba el
borrador al cuerpo del “hablador”. Y no pasaba nada. ¿Cómo enmendar hoy la
situación?
La misma diputada Aida Zulema da una solución, cuando
menos en el discurso: que las autoridades, los profesores y padres de familia
acuerden acciones para fortalecer entre los alumnos los valores de
responsabilidad como de honestidad. ¿Dónde, pues, tienen los niños,
adolescentes y jóvenes que aprender los valores de su vida cotidiana? Obvio,
con los padres, sus familiares; pero también, con sus vecinos, sus profesores.
Creo que muchos estamos de acuerdo: la mejor forma de
educar a los hijos, a los niños, es con el ejemplo. Un joven es detenido por
cometer acciones reñidas con la ley, es un delincuente. Los vecinos, quienes
conocen al joven, que conocen a su familia, se limitan a decir: es como el
padre, no tiene sentido de la responsabilidad, quieren todo fácil y no le gusta
trabajar. El joven vive, se desenvuelve, en el contexto en el cual creció y se
desarrollo.
¿Cómo pedirle al estudiante que practique valores si no
los observa en los mayores? Decía un amigo: les pedimos a los jóvenes que
practiquen la democracia y, ni en la casa ni en la escuela, se les educa con el
ejemplo. Sucede lo mismo con los valores, sobre todo el de respeto, el de la
autoestima y claro, el de la responsabilidad. No se les enseña que la vida nos
demanda trabajo, responsabilidad, orden, solidaridad, integración, respeto.
El tema de los Derechos Humanos es sintomático de lo
fallido del estado de derecho en la actualidad. No se cumplen las leyes; las
autoridades no hacen, vaya pues, lo que tienen que hacer con el debido proceso.
Sin embargo, que ahora sean las instituciones educativas las que están en el
ojo del huracán de la violación de los derechos humanos, solo nos lleva a un
conclusión terminante: el sistema educativo está fallando, no educa y no
refuerza valores… porque la educación a fin de cuenta, sirve para eso: para que
impacta en nuestras creencias y en nuestras acciones.
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