Desde hace más de 30 años, año tras año, he disfrutado
como nadie la fiesta de aniversario de El Roble. ¿Dónde está El Roble? Hay
quienes dicen no conocerlo, pero han pasado por ahí para ir a disfrutar del
agua fresca de El Salto del Tigre otros en el Balneario Las Pilas… quienes lo
conocen, de los alrededores, han ido a su fiesta el 25 de febrero. En esta
ocasión es el 92 Aniversario.
Es una fiesta del campo y, como tal, da inicio desde las
6 am y termina, obvio, pasada la medianoche; inicia con las mañanitas a El
Ejido y culmina con el tradicional baile que, como bien lo anuncian, es gratis
para todos. Me consta el lleno total de lugar y más que se llena el kiosco,
ahora ampliado, de tantas y tantas parejas que disfrutan de las polkas o los
huapangos.
La convivencia inicia a las 6 am. A esa hora, con la
presencia del alcalde de Güemes o de su representante, acompañado de las
autoridades ejidales y los desmañanados, hacen su recorrido por las calles del
ejido, acompañados del sabor y ritmo de La Picota. Termina el recorrido y, es
tradición, que se sirva en el Salón de Usos Múltiples un rico y sabroso menudo.
Uno de los eventos que siempre me ha llamado la atención
es el que se realiza en los patios del Salón de Usos Múltiples; porque se
recuerda, con sentimientos encontrados de emoción y tristeza a quienes hace 92
años fundaron el ejido. Y es que, hace algunos años, la tradición es que, si
aún vivían fundadores, eran los que iniciaban el baile… y siempre, no me
pregunten porque, iniciaban con dos canciones: La pajarera y Cuatro milpas.
Después de evento protocolario siguen dos más: el desfile
cívico, con alumnos de la escuela primaria, el kínder, así como de la
telesecundaria; claro, encabezando la marcha la escolta y la banda de guerra. Y
en otras ocasiones, cuando había más hombres a caballo, la bandera agrarista
era portada por, digamos, vaquero, montado en su cuaco. El festival artístico
da cuenta de las habilidades de chicos y grandes en el baile regional.
Uno de los eventos que más llama la atención es el
jaripeo. Ahí, desde ese momento, es cuando se nota la afluencia de los
habitantes de El Roble, de ejidos cercanos, así como de la capital tamaulipeca.
A la par, por lo regular, se organizan peleas de gallo y, en otra época, me
toco ser testigo de carreras parejeras. Es un espectáculo digno de verse, de
disfrutar, y además es un evento para la familia. Y, bueno, termina con el
baile, siempre con un conjunto de Monterrey o Linares y otro capitalino.
¿Qué significado tiene, para muchos –incluso para mí-, la
fiesta de El Roble? En principio, un elemento de identidad y pertenencia
regional: es el día que llegan, asombroso, personas de Monterrey, de Matamoros,
de Reynosa, incluso del otro lado. Es el día que vienen, vaya pues, a visitar a
sus familiares. Es, a todas luces, una fecha que sirve para el reencuentro
familiar.
Es tanta la afluencia de familias, desde la comida
–gratis para los que llegan y encuentran lugar-, en tiempos de campaña siempre
llegan por ahí uno que otro candidato, sin importar colores, porque saben que
es una magnífica oportunidad para lucirse, tomarse la fotografía o la selfie
con más de uno de sus seguidores. Por ahí, por ejemplo, siempre se aparece
Felipe Garza Narváez, así como los cuates Carlos y Héctor Cárdenas, hoy Carlos
es el alcalde del municipio, y por segunda vez.
En fin, por esos lugares, siempre saludo a más de un
amigo. Y este sábado no será la excepción. La fiesta de El Roble, en la
práctica, es para todos –no solo para los lugareños-, porque es una fiesta del
campo, para los hombres del campo: por eso, en la comida hay barbacoa, asado y
picadillo; y en la noche, en el baile, canciones rancheras, norteñas, polkas,
huapangos y cumbias.
En fin, ahí nos vemos y nos saludamos.
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