Cuando Héctor Villegas Gamundi informa que el PRI se arma
contra la guerra sucia, enfatizando en confían en 8 equipos de abogados, para
defender al tricolor, lo primero que a uno se le ocurre pensar es que se está
vacunando. Lo cierto, lo real, es que la guerra sucia es parte, digamos normal,
en una campaña político-electoral. Y no es de ayer ni de antier.
La guerra sucia tiene sus orígenes, o algunos de sus
fundamentos, en la propaganda nazi. Que magnifican cuando menos dos acciones
propagandistas: una mentira repetida varias veces se convierte en verdad, hasta
el mentiroso se la cree; y, por otra parte, se recomienda: calumnia, calumnia,
calumnia, que al final algo queda.
En este sentido vale anotar que lo más común es la
descalificación: no se trata de demostrar que se es mejor candidato, sino que
el contrario es peor. Es la línea que se ha manejado en México: por eso, en su
momento, se dijo a la población mexicana que Andrés Manuel López Obrador era
una amenaza para México y hasta lo compararon con Hugo Chavez, quien fuera
presidente de Venezuela.
La guerra sucia adquiere múltiples caras. A Eric Silva
como a Homero de la Garza fue por la vía del periodicazo, acusándolos de que se
aprovecharon de sus cargos públicos para disponer de cuentas bancarias en los
Estados Unidos. Es en tiempos electorales cuando los políticos se dan cuenta de
un hecho innegable: tienen amigos de mentiritas y enemigos de verdad.
Las campañas electorales ya cuentan con un cuarto de
guerra. El candidato que quiere triunfar, tiene que utilizarlo. Cumple dos tareas
básicas: controlar el mensaje mediatico del candidato y, al mismo tiempo,
buscar que el adversario cometa errores, para que se distraiga y baje la
guardia. Pero también, tiene que monitorear la efectividad del mensaje: la
audiencia es selectiva, así que el mensaje tiene que ser atractivo, lleno de
persuasión para los electores.
La guerra sucia la hemos visto en las últimas campañas
electorales, principalmente enarboladas por candidatos panistas. Álvaro Delgado
en su libro “El engaño. Predica y practica del PAN”, el autor describe como
consultores extranjeros como Pedro Silva, son expertos en el rumor. Se incluye
también el nombre de Antonio Sola como de Dick Morris, que tienen como guía,
norma pues, inocular en la sociedad el miedo y el odio.
Uno piensa que en política las cosas tienen que ser
normales, cuidadosas. Sin embargo, ya en la década de los setenta en “La
costumbre del poder” Luis Spota describe una y otra acción que fácilmente
pueden colocarse como elementos de una guerra sucia. Hoy en día, esa guerra, se
hace más intensa, porque hay otros elementos técnicos que permiten, si no
impedirla, si ponerla en acción con daños políticos irreversibles.
La guerra sucia conlleva, dicen los expertos, en vacunar
su acción con un candidato de imagen y conducta impecable. Sin embargo, a como
están las cosas, resulta que no es tan fácil lograr ese propósito: la imagen
negativa, de unos y otros, abona a que la guerra sucia, los golpes bajos, estén
a la orden del día y, además, sean muy, muy efectivos.
La guerra sucia es mas proclive a realizarse en las redes
sociales. Tanto en el Facebook, el Twitter y You Tube, son los más utilizados.
Y todo, además, porque son un medio de comunicación que no están regulados por
la ley. Siguen el principio de: calumnia, calumnia, calumnia, que al final algo
queda. El daño es irreversible y es difícil contrarrestarlo. Por eso, las
elecciones actuales, se judicializan: porque no se siguen las reglas del juego,
no hay juego limpio.
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