En una democracia, se asume, el poder lo tiene el
ciudadano: con su voto, indiscutible, puede decidir quién gobierna. Por eso, el
gobernador Egidio Torre Cantú, no tiene empacho en advertir que se tiene que
respetar la voluntad ciudadana. Así es, el nuevo gobernador electo es Francisco
Javier García, del PAN. Para quien, la tarea de gobernar y de cumplir las
promesas de campaña no es nada fácil.
A estas alturas, de que apenas los priistas van
asimilando la derrota, se han dicho y escrito múltiples explicaciones sobre la
derrota priista: unas explicaciones apuntan a traiciones, cuando menos externamente,
a Miguel Ángel Osorio Chong como a Manlio Fabio Beltrones: de ser cierto, solo
evidencian que no les interesa la cuestión partidista, pero si, y mucho, llevar
agua a su molino: uno, para impedir fortalecimiento de su adversario rumbo al
2018; y el otro, por venganza, porque repudiaron a su alfil político.
Internamente, también, una explicación va por ese rumbo:
las traiciones o la falta de apoyo y colaboración de quienes fueron adversarios
de Baltazar en la puja por la candidatura: lo dejaron solo y, en lo que
pudieron, le pusieron piedritas o de plano enviaron a su gente a participar y
coadyuvar en la derrota de su partido. Las otras explicaciones, nacen de la
operación política, de una actitud de confianza y quizá, hasta de pronto, en
una mediocridad.
En la primer elección que Egidio Torre Cantú tuvo un
medio revés como líder real del PRI, sentencio en el Consejo Político Estatal:
se va a cambiar, o modificar, lo que sea necesario para enderezar el rumbo; y
recuerdo, por ejemplo, que se cambiaron personajes y se crearon áreas
regionales, dependiendo de la Secretaria General, para que monitorearan el
quehacer gubernamental y revisar donde había fallas. Para que la función
pública actuara como imán para el trabajo político.
A los priistas los perdió la confianza. Creyeron que el
pueblo, los votantes, seguirían aguantando la corrupción, la impunidad y la falta de sensibilidad, de vocación de
servicio, de los servidores público. Siempre fueron, o han sido, los mismos; en
el cambio generacional, heredaban los puestos a sus hijos. Basta ver una que
otra planilla para las alcaldías; incluyendo a personas, hombres o mujeres, sin
ninguna liga con el partido, el trabajo y militancia partidista, sin baños de
pueblo.
Y otro factor que, de plano, procreo la derrota priista
está en la simulación: un comité de campaña donde había muchos generales, que
daban órdenes, y poco que hacían un trabajo efectivo. Quienes estuvieron en la
campaña son testigos, por ejemplo, del trabajo para hacer concentraciones: el
acarreo, el forzar a una estructura gubernamental, a estar presentes… sin preguntarles,
por ejemplo, si comulgan o no con el partido. No faltaban, simplemente, porque
les pasaban lista: fueron y al votar se acordaron que es libre y secreto.
Castigaron al partido que los ha usado y ninguneado.
El PRI, tanto nacional como local, no ha sido capaz de
aprender de sus propias experiencias. Ya había indicios: derrotas en elecciones
federales. EPN, por ejemplo, perdió en Tamaulipas; candidatos a senadores en
dos elecciones consecutivas perdieron la elección, y en la mayoría de los diputados
federales. La baja en votos, no lo vieron como una señal, se engañaron con la
última elección federal: y resulto que ahora no tuvieron “enemigos” a modo.
Dicen los priistas: vamos a volver dentro de seis años.
La cuestión que, volver, demanda corregir un rumbo; aprender a vivir en la
oposición, buscar y desarrollar estrategias que les permitan recuperar terreno,
pero sobre todo: que el gobierno de la alternancia, resulte un fiasco, de tal
suerte que los tamaulipecos piensen, salimos de Guatemala, para estar en
Guatepeor. En pocas palabras: dependerán de la forma en que trabaje y se
comprometa el nuevo gobierno.
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