Tal y como estaba pactado el 5 de junio los tamaulipecos,
con credencial de elector en mano, llegaron a las urnas y depositaron su voto:
decidieron el destino político de la entidad, dando su voto mayoritario (de
confianza) a Francisco Javier García, el candidato del PAN. Y en este caso,
como debe ser, Baltazar Hinojosa, reconoció que el voto no le fue favorable.
Los tamaulipecos dieron una lección de responsabilidad.
Es válido establecer que gano la democracia, pero sobre
todo, que gano la participación ciudadana. Según las cuentas del PREP, la participación
ciudadana rebaso el 56%; lo que significa un incremento de 12 puntos en
relación con la elección anterior. ¿Por qué salió a votar la población? La
respuesta, sin duda, debe de tenerla el PRI: participación que los condujo a la
derrota.
La Victoria del PAN, para decirlo en palabras duras, es
aplastante. La diferencia entre uno y el otro, el ganador y el perdedor, es de
aproximadamente 180 mil votos; ni como cuestionar o impugnar. Pero eso no es
todo, la mayoría parlamentaria será panista; así como los principales
municipios de la entidad: Nuevo Laredo, Reynosa, Altamira, Mante… en total,
como 25 municipios sean panistas. Para el PRI, Victoria, Matamoros y Tampico,
de los principales.
La elección fue una lección de responsabilidad. Si, de
los ciudadanos que, ese día, tomaron la decisión de acudir a la urna; fueron
más que hace 6 años, que fue lo que hizo la diferencia. Los motivos y razones
para hacerlo creo que, por años, los dirigentes prisitas y los gobernantes, los
conocían, pero hacían oídos sordos a las imágenes de enojo, coraje, impotencia
de buena parte de la población.
En las otras elecciones los panistas lo sentenciaron. Nos
beneficia el voto de castigo, de los inconformes del PRI. Castigo porque se
cansaron, digamos, de ver como los programas sociales son insuficientes; de ver
cómo, en el quehacer gubernamental, el tráfico de influencias se incrementa y
consolida un esquema de corrupción. De cómo el nepotismo, y el cinismo,
enquistados en las esferas el poder y de la administración, se olvidan de hacer
bien las cosas.
Los candidatos priistas tuvieron que enfrentar en sus
campañas varios aspectos negativos: no podían presumir, por ejemplo, los logros
de sus gobiernos, cuando estos tienen menos del 50% de aprobación; no podían
presumir, digamos, un prestigio de su partido, de sus líderes y legisladores,
porque son mal vistos por la sociedad. Y en otro plano, tampoco podían presumir
“honorabilidad”, basta recordar las múltiples acusaciones que se lanzaron.
Los tamaulipecos demostraron que si pueden participar en
la solución de sus problemas, en este caso, con su voto. Decidió la alternancia
en el poder: ahora, lo que sigue, es que, quienes llegan, para quienes la
administración pública, es una especie de botín, tengan la sensibilidad para
responder a las expectativas que generaron las promesas de campaña: la
población quiere, seguridad, y eso lo prometieron todos los candidatos, pero
también quieren bienestar social.
La alternancia no debe ser gatopardismo político. No debe
ser solo un cambio de personas en el poder; tiene que ser algo más, políticas
publicas comprometidas con la población en general; más eficiencia y eficacia,
pero también, más transparencia, menos opacidad; mas honradez que corrupción. Y
eso, como la corrupción, son tan evidentes en todo el quehacer público. Ese es
el reto de Francisco Javier García: cumplir las expectativas que generaron sus
promesas, que fueron el impulso para el voto a su favor, para el triunfo.
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