sábado, 18 de junio de 2016

EL NUEVO LIDER PRIISTA.

La sociedad y en especial los priistas están siendo bombardeados con ideas, con propuestas, que tienen que ver, digamos, con los resultados y consecuencias del voto ciudadano el 5 de junio. La idea central, urgente, es la necesidad que tienen de un nuevo liderazgo; hablan de reconstruirse. Y hay quienes, como Manuel Muñoz, asume que Tamaulipas los necesita. ¿Qué significo, entonces, el voto para ellos?


Hasta el gobernador Egidio Torre Cantú, el primer priista del Estado, se entiende que líder real del PRI, sentencio que se tiene que respetar la voluntad de los votos. Y esa voluntad, mayoritaria, dijo que el PRI ya no responde a sus necesidades de gobierno. Por eso, y no otra cosa, el voto sirvió para dar margen a una alternancia, después de 86 años de gobierno priista.


En este momento, creo, estoy convencido, el pueblo tamaulipeco no necesita al PRI. Quien si necesita es el PRI: de sus verdaderos y auténticos militantes, para enderezar el barco y dar muestras, a esa sociedad tamaulipeca, que sigue pensando en el bienestar de todos. Y enderezar el barco requiere, en este momento, de la aparición de un verdadero líder. De un líder que sea capaz de cimbrar el alma, las emociones, de sus seguidores.


El problema de raíz en el PRI ha sido uno: quienes lo han dirigido, la elite que está en el poder, nunca han pensado en los intereses del pueblo; han pensado, eso sí, en los intereses que los une, que los hace cómplices, que se superpone incluso en momentos críticos a los intereses de la base militante, de los sociedad que se pretende representar.


Se han mencionado nombres: Desde Enrique Cárdenas hasta Ernesto Robinson, sin olvidar a Edgar Melhem, a Mauricio Cerda Galán y a los que se auto promueven solos como Manuel Muñoz Cano. Todos, sin la menor duda, tienen experiencia sobrada para dirigir a su partido. Experiencia que, sin embargo, se convierte en energía negativa por una sencilla razón: no son líderes que se precien de ser, digamos, jóvenes, sangre nueva.


El PRI perdió, fue perdiendo su voto duro, porque fue incapaz de entender a las nuevas generaciones; fue incapaz, también, de provocar la generación y formación de nuevos cuadros, acordes con los nuevos tiempos, no bajo la premisa de condiciones de una democracia dirigida, donde las decisiones son de la cúpula y las bases militantes no tienen vela en el entierro.


En este proceso, al que le dicen reconstrucción, el PRI se da cuenta que ha sido incapaz de forjar lideres jóvenes, que se identifiquen con ese grueso del electorado que –cuentan-, decide una elección si participa. Y, todo hace indicar, en Tamaulipas decidió participar: fueron 12 puntos arriba en relación con la elección de gobernador anterior… es decir, la gente salió a votar.


El nuevo líder del PRI sabe, por ejemplo, que no podrá presumir logros y beneficios del Presidente de la Republica, tampoco de los gobiernos locales. Va a remar a contracorriente: tendrá que ganarse, en principio, el apoyo y la simpatía de los priistas; venderles una oferta partidista y electoral, que los convenza de que, ahora sí, el partido esta con el pueblo. Y, la verdad, no veo, a lo largo y ancho de la entidad, alguien que tenga esas condiciones de liderazgo.


Y es que, por otra parte, entiéndase, si el gobernador electo piensa en su partido –y no en servirse-, hará bien las cosas, para ganarse la confianza –la legitimidad real, no la del voto útil-, de tal suerte que los tamaulipecos lleguen a pensar que no se equivocaron al impulsar con su voto la alternancia política. Por lo pronto, ya Francisco Javier da muestras de que quiere ser bien visto por el pueblo: sabe que los baños de pueblo no hacen daño.


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