La sociedad y en especial los priistas están siendo
bombardeados con ideas, con propuestas, que tienen que ver, digamos, con los
resultados y consecuencias del voto ciudadano el 5 de junio. La idea central,
urgente, es la necesidad que tienen de un nuevo liderazgo; hablan de
reconstruirse. Y hay quienes, como Manuel Muñoz, asume que Tamaulipas los
necesita. ¿Qué significo, entonces, el voto para ellos?
Hasta el gobernador Egidio Torre Cantú, el primer priista
del Estado, se entiende que líder real del PRI, sentencio que se tiene que
respetar la voluntad de los votos. Y esa voluntad, mayoritaria, dijo que el PRI
ya no responde a sus necesidades de gobierno. Por eso, y no otra cosa, el voto sirvió
para dar margen a una alternancia, después de 86 años de gobierno priista.
En este momento, creo, estoy convencido, el pueblo
tamaulipeco no necesita al PRI. Quien si necesita es el PRI: de sus verdaderos
y auténticos militantes, para enderezar el barco y dar muestras, a esa sociedad
tamaulipeca, que sigue pensando en el bienestar de todos. Y enderezar el barco
requiere, en este momento, de la aparición de un verdadero líder. De un líder
que sea capaz de cimbrar el alma, las emociones, de sus seguidores.
El problema de raíz en el PRI ha sido uno: quienes lo han
dirigido, la elite que está en el poder, nunca han pensado en los intereses del
pueblo; han pensado, eso sí, en los intereses que los une, que los hace cómplices,
que se superpone incluso en momentos críticos a los intereses de la base
militante, de los sociedad que se pretende representar.
Se han mencionado nombres: Desde Enrique Cárdenas hasta Ernesto
Robinson, sin olvidar a Edgar Melhem, a Mauricio Cerda Galán y a los que se auto
promueven solos como Manuel Muñoz Cano. Todos, sin la menor duda, tienen
experiencia sobrada para dirigir a su partido. Experiencia que, sin embargo, se
convierte en energía negativa por una sencilla razón: no son líderes que se
precien de ser, digamos, jóvenes, sangre nueva.
El PRI perdió, fue perdiendo su voto duro, porque fue
incapaz de entender a las nuevas generaciones; fue incapaz, también, de
provocar la generación y formación de nuevos cuadros, acordes con los nuevos
tiempos, no bajo la premisa de condiciones de una democracia dirigida, donde
las decisiones son de la cúpula y las bases militantes no tienen vela en el
entierro.
En este proceso, al que le dicen reconstrucción, el PRI
se da cuenta que ha sido incapaz de forjar lideres jóvenes, que se identifiquen
con ese grueso del electorado que –cuentan-, decide una elección si participa.
Y, todo hace indicar, en Tamaulipas decidió participar: fueron 12 puntos arriba
en relación con la elección de gobernador anterior… es decir, la gente salió a
votar.
El nuevo líder del PRI sabe, por ejemplo, que no podrá
presumir logros y beneficios del Presidente de la Republica, tampoco de los
gobiernos locales. Va a remar a contracorriente: tendrá que ganarse, en
principio, el apoyo y la simpatía de los priistas; venderles una oferta
partidista y electoral, que los convenza de que, ahora sí, el partido esta con
el pueblo. Y, la verdad, no veo, a lo largo y ancho de la entidad, alguien que
tenga esas condiciones de liderazgo.
Y es que, por otra parte, entiéndase, si el gobernador
electo piensa en su partido –y no en servirse-, hará bien las cosas, para
ganarse la confianza –la legitimidad real, no la del voto útil-, de tal suerte
que los tamaulipecos lleguen a pensar que no se equivocaron al impulsar con su
voto la alternancia política. Por lo pronto, ya Francisco Javier da muestras de
que quiere ser bien visto por el pueblo: sabe que los baños de pueblo no hacen
daño.
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